Poema inspirado en una visita a las emblemáticas torres londinenses.
Aquellos cuervos londinenses vivían
atrapados en sus cárceles de historia;
en sus escaparates de hierba y luz promiscua.
Cientos de almas extrañas, los acompañaban
en su inmensa soledad de siervos,
de una reina que los observa desde un cuadro.
En su humilde cercanía,
y en su enorme distancia,
de la libertad tan relativa;
los cuervos que no vuelan,
custodian la torre blanca.
Y guardan en sus alas recortadas,
los misterios de los cañones mudos,
que duermen en los jardines,
de los simpáticos beefeaters
que sonríen como el arco iris.
En la tarde que se ahoga
en las entrañas del viejo Támesis.
Los cuervos obesos de Londres,
recuerdan unas manos desesperadas.
¡Son los presos de otros siglos!.
Las paredes arañadas con llantos de salvación.
Los espíritus de soldados acribillados
por flechas de ballestas sudorosas.
Aquellas aves, souvenirs melancólicos,
serán algún día un montón de huesos
hundidos en la tierra negra.
Quedará su memoria latente,
y sus ojos de insomnio vigilando,
los sueños de la torre blanca.
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